26 mar 2012

Las malas hierbas / Les herbes folles, de Alain Resnais

Claudi Etcheverry



Una mujer sale de comprar zapatos y un tironero en patinete le roba el bolso con toda su documentación. Atónita, su primera reacción es regresar a la tienda para ver si le devuelven el valor de la compra dando explicaciones de lo que acaba de suceder. Los vendedores comprenden su situación y hacen el canje para que la mujer no se quede varada sin dinero. El ladrón, tras quedarse con el efectivo del bolso, arroja el billetero en un aparcamiento donde lo encuentra un hombre que se decide inmediatamente a dar con la persona que figura en los documentos, aunque cae en un estado de gran expectativa y curiosidad acerca de su desgraciada favorecida. Acude a una comisaría de policía para presentar la denuncia y pide que consten los datos del bienhechor en la devolución de los documentos con la esperanza de que la titular ponga su atención en él. Y finalmente, así es.


El protagonista Georges Palet (en la piel del actor André Dussolier, que podría pasar por hermano de James Caan por su parecido físico) tiene una actitud bastante extraña y se sume en una lenta obsesión por entrar en contacto con la doctora Marguerite Muir, dueña del billetero que ha encontrado Palet, una mujer que vive en una realidad que la película retrata bien de esas personas que se apartan un poco de la vida en general, que tienen un circuito propio y que se refugian en sus hábitos y costumbres. Esto hace que Marguerite anhele a lo que a causa de esa vida que lleva, precisamente nunca tendrá porque hay muchas personas que achacan al destino lo que en realidad es obra. El clima de ansiedad de la protagonista se hace casi endémico durante toda la película, y está muy bien logrado. El nombre de la dentista quizá sea un chiste del director a la cinta de 1947 de Joseph L. Mankievicz, “El fantasma y la Sra. Muir”, en que Lucy Muir es una mujer joven que ha quedado viuda y se recluye, sin saberlo, en una casa en el mar en que vive un fantasma que se aparece a los sucesivos inquilinos para conseguir volver a quedar a solas, aunque pese a sus esfuerzos sobrenaturales, sus trucos de espantajo carecen de fuerza con Lucy). Aquí, Monsieur Palet tiene mucho de fantasma, y tampoco consigue ahuyentarla.



No es posible desconocer lo que significó el grupo de directores franceses tan imaginativos y polémicos entre los años 50 y 70 –con el propio Resnais, Chabrol, Godard o Truffaut entre otros– que la crítica simplificó como Nouvelle Vague en su conjunto. En apenas diez o quince años esos nuevos directores franceses sentaron las bases de un nuevo cine con propuestas de ruptura no sólo en lo que querían decir sino cómo querían decirlo, desplazando muchos de los principios del cine académico del país y europeo hasta entonces. Pero hoy, la película me parece vieja en su base creativa. Con muy buen ritmo y montaje, y unos actores que se manifiestan perfectamente convincentes, la cinta alude a símbolos que ya casi podemos decir que han perdido vigencia (como el juego del deseo y la visualización del inconsciente en la acción paralela directa). El inconsciente ya casi no es noticia. En su momento, el director Alain Resnais precisamente se separó del grupo de La nouvelle vague siguiendo una corriente simultánea encarnada en el grupo “Rive Gauche” que se mantenía sobre unos principios de estilo más alambicado y con mucha influencia de la literatura, pero es inevitable ver que el mundo ya es otro. Las historias de la Nouvelle vague calaron pronto en la juventud de entonces, y su manera de contarlas hizo creer que era posible un cambio. Las melenas de los Beatles que escandalizaban a mis padres en los 60, vistas actualmente son casi terciopelos. A pesar de que la angustia del ciudadano de hoy sea la misma o incluso haya aumentado, gritar hoy “¡Imaginación al poder!” parece claramente pura nostalgia. Ahora se necesita mucho más que imaginación para desmontar el poder.



Filmar “Les herbes folles” a los casi 90 años de Alain Resnais da cuenta de la vitalidad de aquellos intereses por la imagen y de su pasión por rodar. Pero supongo que ya estoy lejos de los debates universitarios y las charlas de café hasta demasiado tarde. A esta altura de la soirée, no tengo ganas de sentirme en deuda con el director y tener que estudiarlo para poder entender sus simbolismos y fantasmas a fin de poder argumentar algún razonamiento más o menos sólido sobre el uso de sus signos, su filiación artística o su trayectoria. Aquel discurso creativo y rupturista de los años 70, hoy tiene que ser decididamente otro. Sin un manual del usuario, la película resulta extraña para entender algunas claves (como la inacción de la mujer del protagonista, que no reacciona ante la proximidad de Marguerite a su esposo)

Puede ser incluso por pereza, pero desde hace tiempo que al cine –como a tantas otras cosas– le pido una indicación simple: que me guste, o que no me guste. Y no: decididamente, “Les herbes folles” no me gusta.

Las malas hierbas / Les herbes folles), Francia, 2012
Director: Alain Resnais; con Sabine Azéma, André Dussolier, Anne Cosigny.

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© 2011 Claudi Etcheverry, Sant Cugat del Vallès, Catalunya, Espanya-España



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John Carter, de Andrew Stanton

Claudi Etcheverry



John Carter es un veterano de la Guerra de Secesión que es llamado a volver a filas, pero que al negarse es apresado y encarcelado por desertor o algo parecido. Consigue huir de su celda y en su escapada, va a dar a una gruta en la que coincide con otro fugitivo. Allí descubre que el otro lleva un extraño medallón y al tocarlo, por un conjuro cosmológico, el sorprendido Carter aparece en el mismísimo Marte –que los aborígenes llaman Barsum– un planeta que todos creíamos muerto pero que en realidad parece que en la cinta lo dan por bien vivo y en plena efervescencia bélica entre dos estirpes locales, los tharks y los therns. Las ciudades de Zodanga y Helium están enfrentadas en una guerra mientras el planeta languidece por los abusos pretéritos de los marcianos sobre su medio ambiente; quien gane esta guerra parece que se hará con el poder total del planeta rojo. También están los jarks, los óbinei, la expresión oc ojem octei buis, Isus... Por suerte existe un jarabe traductor que dan a Carter en las primeras escenas y tras una leve cefalea ya es traductor simultáneo marciano-terrestre / terrestre-marciano con corrector gramatical, una suerte.


El director Andrew Stanton había llevado muy bien el entretenimiento de “Toy Story”; un poco menos bien “Wall-E” por culpa de no haber encontrado la frontera entre entretenimiento y filosofía existencial de la soledad; y algo menos todavía en “Buscando a Nemo”, que nunca acabó de convencerme. Sin embargo, cualquiera de esas tres le gana a “John Carter” por goleada. A un cuarto de hora de andar la película, la sensación de “Ésta ya la he visto”, es imparable: es la típica disyuntiva del héroe involuntario que transforma la nostalgia de su hogar y su pasado en enarbolar la rebelión de una casta a la que acaba de llegar, arrastrado por una lucha que tiene ese regusto inexplicable del furor del converso pues a poco de estar entre los verdes, John Carter es más marciano que ninguno. También repite el amor de Han Solo y la Princesa Laia “Rodetes“, de “Star wars” que presta el molde exacto al ardor voluptuoso de Carter con la princesa barsuma (marciana) Dejah Toris, quien con su abundante anatomía corta el hipo aunque uno se quede preguntándose al final de la película cómo habrá hecho para consumar su amor con el terrícola (más que cómo, por dónde, porque de cópulas marcianas, sé poco). La permuta de John Carter de su familia terrestre por la princesa Dejah Toris se puede comprender, incluso sin saber cuan hermosa podía ser su primera esposa terrícola: la marciana da juego para querer romper el pasaporte sideral y rogar quedarse junto a ella por toda la eternidad en el planeta que fuere. También está la escena de la impericia del pobre Carter metido a auriga de un enjundio tecnológico volante que es copia exacta de la escena de la carrera de pods con Anakin pilotando uno de ellos en “La guerra de las Galaxias”. Hay que recordar que el perrajo extraño que se encariña con Carter en las llanuras marcianas (perdón: barsumas) haciendo de mascota simpática ya no merece ni una lista de antecedentes porque sería simplemente in-ter-mi-na-ble y podríamos comenzar por Lassie y acabar por Chubaka, pasando por el delfín Flipper o el perezoso Sid de “Ice age”.



La cinta no acaba de arrancar nunca. Con toda la carne al asador y una batería interminable de recursos de animación de gran perfección visual, la película al final se trata de nada y cuelga pusilánime de una historia tan esmirriada como vista cientos de veces. Debo confesar algo que me pasa a menudo: cuando una historia de estas tiene un glosario infinito de términos raros, la cabeza se me pone en off sin quererlo, y ya casi todo me da igual entre klingons y reductores neogénicos de plasma. Peor todavía si encima parece que estás viéndola en versión original subtitulada en marciano porque el guión de “John Carter” da tantas vueltas y reveses que ya no se sabe para dónde va. No se puede pretender montar toda ese andamiaje de cine a la rastra de unos actores guapos y cuatro posturitas. No por casualidad, la productora Disney, tras enjugar unos 200 millones de dólares de pérdidas en este proyecto, la declara como uno de los desastres financieros más altos de la historia del cine. Al menos, los ecologistas rescatan el ejemplo de que si se puede romper el planeta Marte por su uso y abuso, eso podría ser aleccionador para la Tierra, aunque los verdes militantes de aquí no sean los suficientes como para salvar la deforestación de las taquillas mostrando los verdes de allá. Y que el chiste cueste 200 millones de verdes.

Lynn Collins and Taylor Kitsch in John Carter

De cosas vistas, a esta película no le falta casi nada. Incluso metidos a romanos para ser devorados en un circo, Carter y su amigo tienen que vérselas con un monstruo marciano que viene a merendárselos y que es una copia de Copito de Nieve, el célebre gorila albino del zoo de Barcelona aunque por lo menos, hayan tenido la originalidad de hacerle crecer cuatro brazos y dos patas a la versión alienígena del mico. Es de celebrar que hayan tenido la delicadeza de no meter una gorila enorme cubierta con una sábana y dando sustos, porque entonces y para sacarnos la mala baba, no hubiésemos podido evitar llamar a esta cinta “La monaza fantasma”. Nos queda el dicho marciano pronunciado por la princesa Dejah para la posteridad: “Un guerrero puede cambiar de armadura pero no de corazón”. Por mí, como si cambia de planeta.

John Carter.
EUA, 2012
Director: Andrew Stanton; con Taylor Kitsch, Lynn Collins.

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Luces rojas / Red lights, de Rodrigo Cortés

Claudi Etcheverry.



La doctora Margaret Matheson y su joven ayudante, Tom Buckley son dos científicos aplicados a seguir casos de fenómenos paranormales para deslindar si lo son o si son solo patrañas de charlatanes o farsantes. El regreso a la vida pública de Simon Silver -un conocido mentalista de treinta años atrás- enciende la curiosidad de los dos científicos. Están en una universidad que les da poco apoyo presupuestario, y entre ambos hay un afán honesto por determinar qué hay de cierto en los milagros, sin ser descreídos. Simplemente buscan, pero nunca encuentran. El regreso de Silver se produce a bombo y platillo en un estudio de televisión bajo la mirada de otro director de laboratorio (de la misma Universidad donde trabaja Matheson y su equipo) que ha conseguido la financiación necesaria y ha puesto los medios científicos para seguir el fenómeno de cerca, en un país en que los intereses de los patrocinadores muchas veces son un valor determinante en los objetivos de los estudios. Estas condiciones son el acicate para que la doctora Matheson se aplique a ello, aunque muere en medio del proceso. Una extraña conjunción de dolor y furia lleva a su ayudante a entrar en materia mucho más obsesionado que lo que resulta controlable. La película plantea una lucha abierta entre Buckley y Silver para establecer ante la opinión pública qué hay de cierto en todo ello.



Casi todos recordamos al israelí Uri Geller doblando cucharillas en los bolsillos de los espectadores en los años 70, y sin tocarlas. Por otra parte, Rodrigo Cortés como guionista, detecta que cada vez más hay en el aire algo que llamo misticismo cuántico, no con ironía sino por no saber qué nombre tiene una corriente presente en el pensamiento actual. Lo llamo así ya que sus cultores tampoco le han puesto nombre a esta combinación indivisa de tiempo, espacio, materia y espíritu. En el misticismo cuántico se plantean dos problemas que la película presenta también: está el problema de la medición de los fenómenos, sumado al problema de la interpretación de sus consecuencias. Desde esta posición, los datos científicos siempre acaban por caer en un saco u otro bajo la mirada de los observadores -cuando no de sus divulgadores- y los resultados de pruebas y ensayos no son concluyentes en un sentido ni en otro, sino que después son objeto de interpretaciones en una u otra dirección. No discuto ni lo uno ni lo otro, ni propongo que el espíritu tercie en la materia ni deje de hacerlo, o sobre el cuerpo y la salud, que la leche no se corte bajo una pirámide de vidrio o que un tipo de piedra pueda determinar nuestro devenir por simple presencia en nuestras casas o en un collar. Que cada quien crea en lo que necesite.



El director Rodrigo Cortés vuelve sobre el asunto con una película desigual y pretenciosa que no acaba de ser ni chicha ni limonada. Navega a dos aguas entre el terror y la fantasía científica sin decidirse por lo uno o lo otro, y no se juega a ponerse a favor de la ciencia ni a favor de la creencia, aunque eso le habría supuesto la ventaja de reforzar la línea argumental en una dirección o en la otra. La rotunda “Buried” que le precede en su producción de niño prodigio (este gallego empezó a hacer sus cortos a los 16 años) no le ayuda y posiblemente uno esperaba más y más, y recibe menos. Algunos recursos como los numerosos chisporroteos resultan de poco peso, y la toma con los periodistas en hilera dando explicaciones fragmentarias como si hicieran las veces de un relator en off es muy pobre. La pelea en el baño y el terremoto en el teatro caen como caprichos del director sin anclaje real en el clima de fondo de la película. Con muchos menos elementos y cuarenta años antes, ya todos sabemos por qué “El exorcista”, de William Friedkin, generó un clásico de todos los tiempos. Su línea argumental era solamente una, pero potentísima: Friedkin no se debatía para decir si existen dios y el diablo, sino que dedicaba su cinta a mostrar cómo luchaban en el cuerpo de una niña a la que convertían en su campo de batalla mientras era el espectador quien se ponía a un lado u otro de la diatriba riéndose de nervios o con los pelos de punta. En “Cisne negro” nadie discute si la obsesión de Natalie Portman bailando es buena o mala: es un hecho, y solemne se constituye en el eje de la trama.

En “Luces rojas”, el parapsicólogo Silver no cae en la tentación de las chapuzas de santón. El glamour de sus ayudantes (con Joely Richardson, hija real de Vanessa Redgrave, entre sus acólitos), y algunas entrevistas periodísticas (simuladas en la película en la línea de una Oprah Winfrey) le dan un aura de prestigio. El argentino Leonardo Sbaraglia interpreta a otro mentalista llamado Palladino al que finalmente descubren plenamente en su fraude. Pero en el caso de Silver eso no está claro, como tampoco está claro en el guión el objeto de Buckley y su obsesión, que estalla magullado en un debate final abierto en el teatro en que Silver presenta su espectáculo y que deja a todos, eso: boquiabiertos, y sin respuestas. Estaba planteado como un enfrentamiento pero al final, acaba en tablas. Lo dicho: ni chicha, ni limonada.

Luces rojas / Red Lights, de Rodrigo Cortés
Director: Rodrigo Cortés; con Sigourney Weaver, Cillian Murphy, Robert de Niro, Elizabeth Olsen, Joely Richardson. España-Estados Unidos. 2012.


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Arrugas, de Ignacio Ferreras

Claudi Etcheverry.




Emilio de la Cruz García es un hombre mayor que deja la tranquilidad de su hogar para pasar a una residencia gradual a la que entran personas que debutan de un Alzheimer donde los ancianos se mantienen hasta que algunos casos empeoran y pasan a una planta especial en que se encuentran los que ya no pueden vivir solos. En el hogar de ancianos compartirá habitación con Miguel, un argentino que dará un toque de humor negro y frescura a muchas de las miserias que Emilio encaja mal en su aprendizaje al ver que cada día su cabeza va a menos. Al llegar, lucha por no aceptar lo que le pasa, pero al final no tiene más remedio que entender que el deterioro avanza. Un plan de huida con Miguel y otra interna acaba devolviéndoles al centro tras una breve aventura por el mundo exterior, y al regresar los dos hombres ya no compartirán habitación pero quedan unidos en un acompañamiento tan dulce como sentido, porque Emilio ingresa a la temida planta de los que no pueden seguir solos mientras Miguel acepta la separación y se vuelca a estar a su lado a fin de acompañarlo todo lo que puede.



Una película fresca, respetuosa y tierna que consigue emocionar, aunque con algunos baches de ritmo. Algunas historias accesorias (como la explicación de Magdalena sobre la palabra “tramposo”)no se integran bien, y salen del eje central sin una relación orgánica, y no suman. Sin embargo, el contenido de la película y la manera de presentar la realidad de quienes esperan un final triste desarbolados por una enfermedad así tiene mucho mérito, porque no miente, no exagera, y no edulcora. En algunos casos podemos ver el cuidado de los ancianos como la industria de la vejez, con programas de entretenimiento, cuidado y atención que parecen autónomos porque no tienen la posibilidad de paliar la realidad de la muerte, la soledad, o la pérdida del ser, y parece que fueran programas puramente sanitarios pese a los esfuerzos personales de los cuidadores. Los centros de cuidado son eso, centros de cuidado, incluso cuando la angustia existencial no tenga remedio, sea por el abandono de las familias, el aislamiento, o la entrega de la persona que ya no puede seguir luchando porque siente que la fuerza vital se le acaba. En ese punto, el argentino representa una posición frente a la vida que es lo contrario de plañir y quejarse: sabe lo que hay en ciernes, espera lo que se viene, es plenamente consciente, y se ríe a la cara del destino para bien de todos, empezando por él mismo.


Las películas de animación necesitan algunas consideraciones diferentes porque la parte gráfica también tiene un papel importante en lo que se quiere comunicar. En ese sentido, la gráfica de “Arrugas” encaja bien con el tono y clima del relato, pero no parece intencional. La relativa quietud de algunas animaciones “a la japonesa” (figuras fijas en primer plano que dan la impresión de avanzar mientras el fondo se reduce en perspectiva) no son hijas de la propuesta general de la cinta, con otras animaciones plenas o imágenes fijas. Sin embargo, la relativa lentitud general de la cinta casa bien con el repertorio de personajes y de situaciones.

Una película interesante para seguir apostando porque la animación se haga un hueco en pantalla cada vez mayor gracias a temas de más y más calado. Una reflexión para quienes no quieren mirar esta posibilidad teniendo ejemplos cercanos, cuando no, hasta incluso antecedentes familiares que muchos evitan entender como propios. Todos los mayores recaen en tres dudas principales: ¿Tendré salud? ¿Tendré medios? ¿Estaré solo?

La película se cierra con una canción en off cantada por una anciana de 101 años a quien grabaron cantando “Adiós, que me voy” durante los créditos, un detalle que casi pasa desapercibido si no se está atento a los créditos de la banda sonora, una vocecita cascada de edad y melodía que llena de emoción por quien saluda, qué dice, y como se planta ante ello: cantando, incluso alguien que sabe que pronto será la hora de despedirse. Benditos quienes puedan hacerlo así, cantando, porque hay que tener suerte hasta para morir.

Una película que trae con delicadeza una realidad para todos los que seremos mayores alguna vez. Es decir, todos.

Arrugas
España, 2012
Director: Ignacio Ferreras; animación sobre una novela gráfica de Paco Roca.


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¿Sabes quíén viene? (MEX) / Un dios salvaje (ESP) Carnage (USA), de Roman Polanski

Juegos de parejas

Miguel Cane


En su formidable “Trilogía de los Apartamentos” (compuesta por tres clásicos: Repulsión, El Bebé de Rosemary y El Inquilino) Roman Polanski exploraba auténticos microcosmos de vida confinados a un espacio muy limitado: así, departamentos en Londres, Manhattan y París eran escenarios para reveladoras historias sobre la naturaleza humana y su inevitable paso de una armonía aparente, al caos insospechado. En su más reciente filme, Carnage (basada en la obra Un dios salvaje de Yazmina Reza y presentada con el espantoso título en español de ¿Adivina quién viene? por capricho de Artecinema), el maestro retorna a esta técnica para mostrarnos una aguda comedia adulta – sí, es una comedia y arranca carcajadas, aunque son de otro tipo – con tintes surrealistas, si bien está anclada en la realidad políticamente correcta que se vive en la actualidad.




Penelope y Michael Longstreet (una radiante Jodie Foster con John C. Reilly, regularzón) son un matrimonio de clase media que vive en el barrio de Park Slope, en Brooklyn, a plena vista de Nueva York. La tarde en que ocurre la acción, reciben en casa a Nancy y Alan Cowan (Christoph Waltz y Kate Winslet, ambos formidables) una pareja de gran poder adquisitivo y posición privilegiada cuyo hijo de once años agredió a su coetáneo, hijo de los otros, en una gresca en un parque infantil, con un palo, causándole una lesión. Al principio, todo es cortesía, buenas costumbres, charla de café. Pero de modo subrepticio, las emociones y los juicios se hacen manifiestos y se desata, de repente, una batalla campal, de índole verbal, no solo entre las dos parejas, sino entre ellos mismos, para revelarse tal y como son y alcanzar un desenmascaramiento inesperado.



Con soltura, Polanski hace su trabajo en miniatura y los actores participan con gusto y entusiasmo: la cinta – breve, apenas llega a la hora y veinte – se desarrolla con un ritmo impecable: las mujeres se atrincheran y los hombres se liberan, y viceversa. Hay desparpajo, sarcasmo y hasta vómito espectacular (pero curiosamente, no es gratuito, ni asqueroso). Las mores de la pequeña burguesía se disuelven y de pronto, son tan salvajes como niños maleducados, demostrando que el barniz cosmopolita es frágil si se sabe por donde tirar. La Foster y La Winslet están sensacionales como dos aspectos opuestos de lo femenino. Una menosprecia al principio a la otra, mientras la más joven busca su aprobación, hasta que se descubren insólitas aliadas en la batalla de los sexos y encuentran que son más parecidas de lo que creen.


Inteligente, retadora, socarrona y adictiva, la película es un triunfo de Polanski (que tiene un cameo como un alarmado vecino ante tanto griterío), que parece hecha casi sin esfuerzo (ahí reside su magia) y al espectador exigente, así como al adulto con criterio, le encantará, si bien no falte quien se sienta defraudado, porque la campaña de la distribuidora ofrece otra cosa que no es. Esta no es una comedia ligera: es una brutal golpiza al mundo de hoy, que deja la consciencia sacudida, sonriendo con los dientes rotos y la boca ensangrentada, pero satisface enormemente. Una de las mejores películas en el currículum de todos los involucrados. Vea y hágase su propia opinión. Puede quedar gratamente sorprendido.

¿Sabes quíén viene? / Un dios salvaje / Carnage
Con Jodie Foster, Kate Winslet, John C. Reilly y Christoph Waltz
Dirige: Roman Polanski
Francia/España/Alemania/Reino Unido/Abu Dhabi
2011


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El insólito regreso de "Mad Men"

Miguel Cane


En el año y medio que Mad Men ha estado ausente de la pantalla, han surgido otras series que buscaron rivalizar con su popularidad, como The Walking Dead y American Horror Story —ambos, culebrones de tinte sobrenatural—, el thriller político Homeland y el célebre drama de época Downton Abbey, que han tenido un gran éxito, aunque los fans de la serie creada por Matt Weiner son leales y han esperado el retorno para la quinta temporada, ambientada en 1966, que se estrenó este fin de semana en Estados Unidos.




“La gente es fiel al programa”, dijo Weiner satisfecho, y reconoció que el plan de posponer más de un año el reestreno de la serie no le agradó en un primer momento, y aunque aseguró que nada tuvo que ver con la renegociación de su contrato con la cadena, es sabido que se convirtió en el productor de televisión mejor pagado del mundo. Sin embargo, Weiner —que se hizo del oficio durante las últimas tres temporadas de la casi legendaria serie Los Soprano— ha sabido crear un producto de primera, que mezcla elementos casi cliché de telenovela —matrimonio y adulterio, deseo sexual, el enfrentamiento con la adversidad, la lucha aspiracional por la superación— y los ha sabido mezclar con un agudo comentario social.

Además, la serie, protagonizada por un elenco sólido de actores que eran originalmente casi desconocidos, ha resultado ser un semillero de estrellas, lo que ha convertido a Jon Hamm, quien interpreta al enigmático Don Draper, en uno de los actores más solicitados —ecos de cuando George Clooney saltó a la fama con ER—, mientras que la despampanante Christina Hendricks, que encarna a Joan Harris, no sólo puso de moda a las mujeres curvilíneas sino que también se convirtió rapidamente en un auténtico símbolo sexual.

¿Afecta que la serie haya estado ausente más de una temporada de la televisión? Eso se decidirá en las semanas venideras, cuando la cadena AMC —que ha negociado con Weiner dos temporadas más; la séptima, contemplada para 2014, posiblemente sea la última— la transmita en Estados Unidos y las repetidoras de cable comiencen a retransmitirla alrededor del mundo. Lo único cierto es que ha creado un auténtico culto y seguirá dando mucho de qué hablar los lunes por la mañana.

Pero ¿qué fue de los personajes principales de Sterling Cooper Draper & Pryce? Este es un resumen puntual de los más importantes.


Don Draper (Jon Hamm)
Socio de la agencia, director creativo y el clásico antihéroe favorito de muchos. Mujeriego, alcohólico, misterioso, cruel, fascinante y genial. Al final de la temporada cuatro, después de que se vio en peligro de perder su negocio y de que su secreto —que implica el delito de suplantación y deserción— se viera expuesto, rompió por teléfono su relación con la psicóloga Faye Miller (Cara Buono), quien lo había ayudado en su momento de apuro. Además ella sabía su secreto: que se había enredado con su secretaria Megan (Jessica Paré), a quien propuso matrimonio deslumbrado por su habilidad para atender a sus hijos, sin sospechar que esto pudiera ser una actuación y que en realidad Megan desea algo más que una familia instantánea. Por otra parte, su relación con su ex esposa, Betty, es tirante y hostil, aunque al final parecen hacer una tregua. En la nueva temporada Don cumple 40 años y tendrá una crisis de mediana edad, recrudecida por el hecho de estar casado con una mujer más joven.


Peggy Olson (Elisabeth Moss)
Originalmente esta jovencita católica era la secretaria de Don, pero desde entonces ha pasado por muchos cambios: su inteligencia la ha hecho llegar a ser copywriter de la agencia, con personal y campañas a su cargo, algo poco usual para la época. Como persona se ha visto obligada a madurar de manera drástica —un embarazo no deseado (hasta el punto de negarlo psicológicamente) que terminó en adopción, y desencantos emocionales— y se ha convertido en una mujer fuerte y capaz en un mundo aún bastante sexista. En la nueva temporada tendrá que encarar a Megan, la flamante nueva esposa de Don, quien será colocada como su igual en la agencia y se tornará su rival a nivel profesional.

Pete Campbell (Vincent Kartheiser)
Al principio de la serie, vimos a Pete, un aristócrata neoyorquino con mucha ambición pero escaso carisma, llegar a extremos como el chantaje para lograr sus objetivos; el matrimonio con la formidable Trudy Vogel —la espléndida comediante Alison Brie—, que funge como única brújula moral en su mundo decadente, así como una paternidad reciente —aunque no se trata de su primer hijo: el bebé que Peggy tuvo y dio en adopción era suyo, aunque no lo supo por varios años— lo han cambiado para bien, dándole un mayor sentido de responsabilidad y ética, si bien no deja de ser una persona que codicia el poder. En la nueva temporada, Pete asume mayor prominencia en la agencia, de la que también es socio, y con Trudy solidifica su vida familiar, aun si sus inseguridades siguen causándole algunos problemas.

Joan Holloway Harris (Christina Hendricks)
Bella y sensual gerente operativa de la compañía: fue amante de Roger Sterling y está casada con un médico, Greg Harris (Sam Page), quien la violó. No ha permitido que ningún obstáculo se interponga entre ella y su realización personal, si bien “no toma su satisfacción del trabajo”. La nueva temporada la encuentra como madre, ya que recién dio a luz a un bebé que es hijo de Roger y fue concebido durante una aventura de una noche, mientras que su esposo es enviado a Vietnam.

Roger Sterling (John Slattery)
El socarrón socio de Don, original heredero de la firma, no supo hacer frente a la responsabilidad y esto resultó en que perdieran a su principal cliente, Lucky Strike, lo que casi provocó la ruina de su empresa. El cambio drástico de los tiempos, en la nueva temporada, lo hará sentirse al borde de la obsolescencia, a lo que reaccionará de mala manera.

Betty Draper (January Jones)
De ama de casa modelo a monstruo: su camino tal vez ha sido el más espinoso. El matrimonio con Don la lisió emocionalmente —si bien ya tenía problemas en ese aspecto— lo que se refleja en su relación con sus hijos, en especial con la berrinchuda y voluntariosa Sally (Kiernan Shipka) y su floreciente complejo de Electra, y en su nuevo matrimonio con el maduro Henry Francis. En esta temporada Betty aparecerá menos, pero su personaje, asegura la actriz, tendrá una importancia clave en los hechos que sucedan este año en la serie.



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21 mar 2012

Juegos del Hambre / The Hunger Games, de Gary Ross (01) - Miguel Cane

El juego más peligroso

Miguel Cane

El nuevo cartel de Los Juegos del Hambre con Jennifer Lawrence


Desde que la saga Harry Potter se puso de moda, primero como una serie de libros y posteriormente con sus correspondientes versiones cinematográficas, Hollywood ha buscado en la literatura juvenil la base de nuevos blockbusters que lleven al público a la taquilla. Algunos, como la adaptación de La Brújula Dorada o Lemony Snickets, no tuvieron el éxito esperado para garantizar una secuela pese a ser buenas películas, mientras que Corazón de Tinta (basado en las novelas de Cornelia Fünke) fue una cinta vergonzosamente atroz que todo mundo olvidó. La temporada se inaugura esta semana con el estreno internacional de Los Juegos del Hambre, saga creada por Suzanne Collins, que ha resultado popular al mezclar la ciencia especulativa y la aventura en un mismo género, con una heroína memorable.

La adaptación al cine corre a cargo de Gary Ross, que tiene en su haber cintas estupendas como Pleasantville (1998) y Seabiscuit (2002), un director con oficio, que en Jennifer Lawrence (que deslumbró en Winter Bone) la actriz idónea para encarnar a Katniss Everdeen, la adolescente que participa en la competencia que da título a la saga: en un futuro postapocalíptico y distópico, en el país conocido como Panem, una dictadura totalitaria, controlada por Corolianus Snow (Donald Sutherland en plan de Santa Claus Siniestro, logradísimo) que año con año celebra los “juegos del hambre” eligiendo a un joven de cada uno de los 12 distritos que constituyen el país, para que combatan en una batalla por supervivencia. Sólo uno vivirá y de este modo garantiza la subsistencia de su familia, ya que los recursos de la nación son limitados. Esto sirve como una especie de Reality Show (imagine usted una versión futurista de La Academia y sucedáneos, sólo que en vez de humillarse en cadena nacional, se aplica una muerte violenta). Katniss, entrenada por un borrachín sobreviviente de los juegos, Haymitch Abernathy (Woody Harrelson), deberá enfrentar graves peligros para salvar su vida y la de su familia... pero eso no lo es todo.


La sensación de urgencia que Ross imprime a su interpretación del universo creado por Collins, y la atmósfera que desarrolla, son notables. Lo que le da unidad es la fijación de la cámara en Katniss, creando una insólita historia de madurez en la que una chica tímida y poco femenina encuentra el amor y la confianza en sí misma en la más letal de las situaciones. La película de Ross gustará a los espectadores que buscan entretenimiento no demasiado profundo, pero sí pleno de emociones y giros inesperados. Por supuesto, ya se anuncian la segunda y tercera partes y si son tan efectivas como ésta, es posible que tengamos una nueva serie de éxito para los próximos veranos.

Los Juegos del Hambre/The Hunger Games
Con Jennifer Lawrence, Josh Hutcherson, Woody Harrelson, Liam Hemsworth y Donald Sutherland
Dirige Gary Ross
EU 2012



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Amigos / Intocable / Intouchables, de Olivier Nakache y Eric Toledano

Claudi Etcheverry




Philippe es un tetrapléjico adinerado y excéntrico que contrata a un asistente, Driss, para que le ayude en su vida diaria a causa de un accidente que le ha dejado sin ninguna movilidad. Su nuevo ayudante es un inmigrante que ha tenido algunos roces con la justicia y que emerge de los suburbios de París a los manotazos para incorporarse a la vida de este enfermo en un universo económico y social en las antípodas de su marginalidad diaria. Pero lo que en un principio comienza como una asistencia sanitaria acaba por forjar una relación fuerte de la que ambos hombres sacan fuerzas para enriquecer sus vidas. El conjunto de solventes actores en los cuatro papeles de peso rezuma un encaje perfecto e intenso. Todo se presenta en formato de comedia comedida, con toques inteligentes y un punto de desenfado satírico que se agradece en todo momento. Que se argumente como una historia real es tan soso como si un vínculo fuerte entre opuestos fuese algo extraordinario o ejemplificador. Es una preciosa historia humana, pero como las miles que tenemos cerca si miráramos con un poco de agudeza y libertad a nuestro alrededor, nada más.

The Untouchables


El tema del diamante en bruto ya ha sido recorrido por el cine en casos tan hermosos como “My fair lady”, de George Cukor; o la infumable “Princesa por sorpresa”, del director Garry Marshall (y Whitney Houston como productora), por poner algunos ejemplos. En la primera, de 1964, el director Cukor cuenta que la florista callejera Eliza Doolittle (Audrey Hepburn) es adiestrada por un profesor de fonética (Richard Harrison) para hacer de ella una gran dama (inolvidable la escena de “Rain in Spain” que declama la Hepburn). En la segunda (con el título original de “The Princess diaries”), de 2000, Anne Hathaway aparece como nieta heredera al trono del reino ignoto de Genovia junto a Julie Andrews como su abuela, dando barquinazos ambas durante toda una cinta tan ingenua como inocua (ya hemos visto en alguna ocasión que la Andrews es proclive a escorarse hacia la exageración lírica, artista indiscutible pero actriz de pocos registros). Tanto el profesor de fonética diseñando a la florista en la de Cukor; la abuela mutando en aristócrata a una nieta casi accidental en la de la princesa; o este millonario abriendo puertas mentales al asistente basto en “Intocable”, los tres tienen la pasión de Pigmalión, el rey griego que había decidido no enamorarse y que, encerrado en su estudio para no ser interrumpido, esculpió una estatua a la que llamó Galatea y a la cual no pudo evitar amar aunque desesperado la cubriera de besos sin que ella abandonara el mármol. Pero los dioses oyeron sus ruegos, y Galatea reaccionó a los besos y devino mujer de carne y hueso. Es el autor que se enamora o admira su obra, y aquí también, el tetrapléjico se admira y goza al ver que conmueve al asistente.

The Untouchables


Pero en la película subyace la distancia entre las realidades de ambos hombres como un milagro. Uno, que sufre su desgracia con los ungüentos con que le alivia el dinero; y el otro, que ve en su nueva ocupación una vía de escape a su vida de miserias sociales. Hasta que finalmente (y de manera de verdad inverosímil para cualquier espectador que no sea un cándido) la necesidad mutua surge como un lazo que los reúne cada día. El mérito enorme de los directores (a la vez que guionistas) ha sido no estigmatizar al pobre ni encasillar al rico, pero varias situaciones se parecen mucho a una cruzada por acercar posiciones y evitar más disturbios en París, aunque se exponga con mérito que vistas con frialdad, algunas convenciones se revelen perfectamente absurdas (como la escena en que Driss encuentra ridículo ver a un solista disfrazado que entona una aria sin que le surja impostada una reverencia a la cultura). El descaro y lo espontáneo traen bocanadas de aire fresco en varios momentos de la película, incluso ridiculizando el precio de las obras de arte cuando Philippe convence a un amigo de comprar caro un cuadro sin decirle que lo ha pintado su asistente.



Lo que me queda es la impresión de que hay personas que llegan a la vida de otro como una bomba y hacen estallar en el huésped una fuerza vital hermosa, personas que dan vida, simplemente, aunque a veces los beneficiarios no hagan más que cebarse en la crítica para poner paredes al viento. Philippe descubrió que Driss le daba vida no pese a la condición social de éste sino precisamente gracias a ella, y en eso radica su sabiduría y la lección de la película. Hay personas que se pierden en la crítica para no abrir sus puertas a sentimientos consistentes, y se rodean de mediocres emocionales para repetir asirse a esquemas conocidos y no seguir adelante. Driss transforma las relaciones del entorno cercano del minusválido al que ayuda, y ésa es la metáfora: la vida como río, o la vida como contemplación. “Intocables” me dejó pensando que la contemplación estética, los razonamientos, los argumentos o el discurso puramente intelectual se alejan imparables de la fuerza vital, de la energía. Tras ver cómo bailaba y disfrutaba Driss de la música de Earth, wind and fire después del concierto de cámara, uno se plantea que se puede entender y conceptualizar la cultura, e incluso sacar muchos valores útiles de ella, pero que parece casi imposible que alguien sea intensamente feliz si no hace otra cosa que empaparse de momentos excelsos con Telemann o Beethoven. El universo intelectual ofrece una enorme satisfacción, por supuesto, pero se semeja bastante poco a la felicidad, o cuando menos, se construye con otros materiales muy distintos. La contemplación nos detiene, y la alegría nos empuja, motivo especialmente sensible para alguien como Philippe, que desde su silla de ruedas, ya casi no puede imaginarse bailando con nadie.

Amigos / Intocable / Intouchables
Francia, 2011
Directores: Olivier Nakache, Eric Toledano; con François Cluzet, Omar Sy, Audrey Fleurot, Anne le Ny.

Opiniones y pareceres a c.etcheverry@coac.es

© 2011 Claudi Etcheverry, Sant Cugat del Vallès, Catalunya, Espanya-España



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18 mar 2012

Tan fuerte, tan cerca / Extremely loud, and incredibly close, de Stephen Daldry

Claudi Etcheverry




Oskar Schell es un niño de nueve años que pierde a su padre en el atentado a las Torres Gemelas. Por casualidad, encuentra una llave en un jarrón en el armario de su padre fallecido, y eso le lleva a creer que tiene que haber alguna cerradura por abrir en alguna parte de la ciudad, ¿pero dónde? Se lanza entonces a una búsqueda de esa supuesta puerta en una carrera contra el tiempo para retener al padre que ha perdido. Ese motivo central podría haber dado paso a un filme grande, pese a que en el deseo de meterse al espectador en el bolsillo finalmente y por exceso, quede en agua de borrajas.


Hay que reconocer toda la carne que se echó al asador con un reparto de postín y buen montaje, pero prácticamente ni un solo minuto de la trama se hace verosímil y el guión se cae a cachos porque durante toda la cinta uno se queda esperando que aparezca un brote de sensatez emocional, de piel, de lágrimas auténticas, de dolor real, de ausencias, de duelo individual en medio de semejante duelo colectivo, en cualquier gesto consistente, pero no. El drama brutal del 11-S dejó a medio mundo y a una ciudad entera en una deriva incomprensible y atroz, y Daldry se mete en el dudoso sayo convencido de que tiene derecho a timonearla. El 11-S es un instante bestial de nuestra historia, una fractura moral y afectiva que ha cambiado nuestros días y se mantiene en la trastienda de la consciencia de todos nosotros; lo que resulta extraño es que al presentarlo entre semejantes artificios se corra el riesgo de banalizarlo porque a pesar de haber sido respetuoso, si el director no responde con un marco adecuado a semejante dimensión humana, no parece de oficio que la use solamente de trasfondo. Hasta mirado desde el punto de vista de la conveniencia dramática, no ha sabido aprovechar la conjunción que se le ofrecía en un mensaje impresionante que podía dar.



Hay películas que hablan por si solas, que transmiten montañas de sensaciones e imágenes con una economía realmente digna de mérito. Y están las que dan que hablar, más que lo que ellas mismas dicen. Esto supuso una primera confusión en la valoración que arrimó a esta producción incluso a las orillas de los Oscars-2012. Es innegable que el atentado contemporáneo de mayor impacto en la concepción de la fragilidad de nuestro tiempo, de nuestras existencias y de nuestra condición, daba para hablar, claro, pero a fuerza de sumar acrobacias metidas a empujones, la cinta consigue que uno no se crea nada. Los monólogos de Oskar (un potente Thomas Horn), la reflexión final de la madre, el desparpajo del mocoso con el portero de la finca en que vive, las conclusiones a que llega ese niño de 9 años... El director traslada confundido la posible capacidad intelectual de la criatura a la esfera de la experiencia y de la agudeza existencial, creando un bicho irreal que ni siquiera mueve a risa. Porque cada vez más se hace difícil que un reparto de prestigio, tomas hermosas y buen ritmo sean capaces de suturar un guión que no se sostiene en una película que no era de ficción. Me encanta el cine y me priva cuando las vicisitudes humanas se trasuntan sin doblez, cuando aparecen con la naturalidad de la vida misma y un buen director o un buen guionista le añaden además el ingenio de quien sabe observar lo que no está a la vista. Pero una cosa es que propongan una trama que me acerque al llanto y otra es que me tomen por idiota con un niño irregular por todas partes, una madre atáxica que ve inerme cómo el chaval se desmorona, y una fábula redentora de una Sandra Bullock pan-orámica (la que todo lo ve) que nos cae al final intentando darle la vuelta a un guión que sin remedio fue a estrellarse pasando de largo en una supuesta gincana en la ciudad de Nueva York y que no acabó por interesarme en ningún momento.

Hay recursos de cine llenos de imaginación, plenos de mirada secreta, henchidos de emociones delicadas, verdaderos universos abiertos mediante gestos fugaces, precisos, y universales, como la rabieta de Conrad Jarrett (aquel jovencísimo Timothy Hutton) en “Ordinary people” (“Gente corriente”, en España) al descubrir el núcleo de su conflicto en la sesión con su terapeuta; o “Cinema Paradiso” con sus pinceladas llenas de nostalgia. Pero Stephen Daldry se pone ampuloso y no controla la vehemencia mientras controlaba los Oscar 2012 por el rabillo para ver si caía algo (para los que incluso estuvo propuesta como Mejor Película) y el big bang se transforma en un big crunch en el que todo se contrae. Da la impresión de que había que ser muy chulo en la Academia de Hollywood para descartar esta película con el 11-S de trasfondo y que eso no encendiera una polémica por impíos, porque todos conocemos los intríngulis de los Oscars entre al arte, la política, y la opinión pública. Al final, ganó la sensatez aunque le haya tocado el premio a otra película también bastante discutible (The artist). La fábula de Andersen tiene vigencia y parece que nadie quiere decir que el Emperador esté en calzoncillos: The Artist me gustó mucho, pero no para la adhesión histérica que produjo en una batahola eufórica en la que parece que nadie encendió la luz.

Uno se reconcilia con la otra propuesta a los Oscars, la del sueco Max von Sydow como Mejor Actor de reparto (que finalmente se llevó Christopher Plummer, por “Beginners”). Max von Sydow sí que es un monstruo, porque hay gente que emana tensión dramática sin apenas mover nada, como la intensa Viola Davis, fea y magnética a partes iguales. La cinta consigue que el único actor mudo de la trama haya sido quien transmitiera más que todos los otros juntos. Y encima, sin decir ni mu durante dos horas en pantalla.

Tan fuerte, tan cerca (Extremely loud, and incredibly close)
Director: Stephen Daldry; EUA, 2012, con Thomas Horn, Tom Hanks, Sandra Bullock, Max Von Sydow, Viola Davis.

Opiniones, pareceres o bajas de estos envíos a: c.etcheverry@coac.es

© 2012 Claudi Etcheverry, Sant Cugat del Vallès, Catalunya, Espanya-España



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Michael Fassbender, sin pudor alguno

Miguel Cane

En apenas un lustro este joven actor europeo se ha convertido en una conocida estrella de cine muy buscada por Hollywood; ahora protagoniza uno de los filmes más descarnados y polémicos del año: "Shame".


En poco más de cinco años, Michael Fassbender, irlandés de origen alemán (Dublín, 1977), ha saltado el atlántico para convertirse en uno de los hombres más requerido en el competido mercado de Hollywood. Con Shame, la película de Steve McQueen que ahora se estrena en México, ha obtenido los reconocimientos más grandes de su carrera hasta ahora, pero para llegar a este momento de su vida Fassbender ha ido escalando poco a poco. Su recorrido va desde Malditos bastardos, Eden Lake y X Men: primera generación, hasta Jane Eyre y sobre todo Un método peligroso, de Cronenberg, filmes donde se han dado a conocer a un público que lo ha acogido con interés, como le sucediera a otros actores de origen europeo como Viggo Mortensen.

En Shame, celebrada en San Sebastián, Venecia y Londres, interpreta a un exitoso ejecutivo neoyorquino adicto al sexo que llena su soledad a base de un torrente de carne ajena de ambos sexos, más alcohol y cocaína. Hermoso y crudo, el filme de McQueen retrata con sensibilidad la anhedonia urbana contemporánea —esa incapacidad para disfrutar de las cosas agradables y de sentir placer—, así como los excesos y miserias de una sociedad consumida por el vicio y el materialismo, algo que realizador y protagonista tienen muy claro.

MC: Shame plantea con enorme crudeza la vida contemporánea y el pesar de su personaje. ¿Merece que el espectador sienta pena por él o será acaso por nosotros mismos al vivir en un mundo tan deshumanizado?
MF: Personalmente siento compasión por mi personaje, porque es consciente de su problema y está todo el tiempo tratando de luchar contra él. Al final creo que somos responsables los unos de los otros, así que en cierto sentido todos somos “culpables” de la realidad que hemos construido. También es una cuestión de oportunidades. Yo, por ejemplo, he podido convertirme en actor, lo que para mis padres habría sido mucho más difícil. No se trata sólo de un cambio sexual: está relacionado con hechos tales como que yo ahora mismo puedo ir al aeropuerto, coger un avión e ir adonde quiera. Si me apetece estar en México, en 12 horas puedo estar allí. Tenemos muchas cosas al alcance de la mano y vamos del acceso al exceso. Creo que por eso Steve escogió Nueva York, porque representa a la perfección este acceso constante a lo que quieras cuando quieras. La gran pregunta es qué hacemos con tanta información; en el mundo actual hay una gran ansiedad, nadie sabe muy bien cómo procesar tantas opciones. Y la idea de la intimidad está adquiriendo un nuevo significado que nadie sabe cuál es, ni qué significa compartirla.



MC: En Brandon Sullivan, la sensación del vacío existencial está presente en todo momento.
MF: Brandon es un personaje que está intentando conectarse consigo mismo todo el tiempo. Por supuesto existe ese vacío. Da la impresión de que todo es muy materialista, llevar determinada ropa o tener los últimos gadgets y conocer a determinada gente. Se nos dice que eso es la felicidad. Y en este proceso hemos perdido la capacidad de conectar con nosotros mismos. Y, sin embargo, en esas interrelaciones personales es donde probablemente podríamos encontrar más felicidad.

MC: La aparición de Sissy, su hermana, funciona como una especie de detonante, como un espejo en el que no quiere verse reflejado.
MF: Los dos están muy dañados emocionalmente. Son opuestos: él es responsable y contenido, ella en cambio expresa sus emociones en carne viva. Este encuentro produce una conexión que revela todos esos misterios que esconde ante los demás. Pero no es un personaje capacitado para tener una responsabilidad emocional porque sólo se mueve con comodidad en un área de seguridad como cuando está con prostitutas y siente que tiene el control. Por eso rehuye a su hermana y prosigue con esa búsqueda emocional que canaliza a través de lo físico. Pero en el fondo en esas relaciones esporádicas no hay ninguna intimidad ni contenido profundo.



MC: Esta es la segunda vez que trabajas con Steve McQueen tras Hunger. ¿Cómo es la mancuerna entre ustedes?
MF: Steve es un cineasta increíble. Cuando trabajas con él no puede haber zonas ocultas o carriles de seguridad. Es un proceso muy libre en el que debes estar dispuesto a llegar hasta cualquier parte. Steve es un gran manipulador como todos los grandes directores. Él consigue que hagas lo que quiere dando pequeñas precisiones que convierten el trabajo en una búsqueda compartida. Sientes que viajas hacia él hasta un lugar nuevo.

MC: En la película estás la mitad del tiempo desnudo y abundan escenas de sexo. El filme retrata también escenas de una gran intimidad del personaje. ¿Llegaste a sentir esa “vergüenza” a la que alude el título?
MF: Vaya, sí ... (se ríe). Desde luego hay un momento en el que sientes ese pudor, pero tienes que hacer las escenas. Es un trabajo que se realiza desde el inconsciente y tienes que perder esos miedos. Sin duda, ayuda mucho saber que estás en las manos de un gran director como lo es él.

MC: ¿Crees que habrá muchos hombres identificados con el que interpretas?
MF: ¿Sabes algo? Mucho me temo que hay muchos, sobre todo en el mundo occidental. Creo que esta película describe una realidad que sin duda está sucediendo, y que en realidad no vemos porque quizá está demasiado cerca y ya no nos impacta. Creo que por eso la película está obteniendo unas reacciones muy fuertes, y me parece bien que haya quien prefiera no verla, pero definitivamente es una parte de la realidad. No tiene vergüenza, por así decirlo, de decir las cosas como son.

MC: Shame presenta un universo en el que la pornografía es el retrato habitual del sexo y donde tiene un papel omnipresente. ¿Cómo te acercaste a ese mundo para interpretar a Brandon?
MF: Es curioso cómo cambia el rol. Cuando yo era un adolescente, para ver porno ibas al videoclub y te llevaba dos horas tener el valor de acercarte al mostrador y pedir la película. Este elemento de vergüenza estaba allí antes incluso de que pudieras verlo. Ahora mismo está todo en internet. Eso ha cambiado de manera definitiva nuestra imagen del sexo: ya no es tabú, ahora cuesta 100 dólares al año, con descargas ilimitadas. Nos encontramos además con una pornografía que es muy violenta y agresiva con las mujeres. Una vez más, creo que conectar de una forma automática el sexo con el puro placer sin ninguna emoción es muy peligroso. Por eso fue un reto fascinante y desolador. Hacer, y ver, una película como ésta, no te deja indemne.


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11 mar 2012

Shame, de Steve McQueen

Al desnudo

Miguel Cane


A todas luces, la vida de Brandon Sullivan (Michael Fassbender) es ideal y hasta cierto punto, aspiracional: tiene un trabajo que le permite ganar mucho dinero, en Wall Street. Es dueño de su propio apartamento en Manhattan. Tiene amigos y es popular entre las chicas. Pero cuando uno mira más de cerca, descubre que detrás de su fachada, el mundo de Sullivan se viene abajo poco a poco, mientras él busca satisfacción a su vacío existencial hundiéndose en un torrente de pieles ajenas. La abrupta llegada de Sissy (Carey Mulligan) su hermana menor, cantante de cabaret de carácter volátil y desparpajo existencial, afectará el delicado equilibrio que hay entre las dos existencias de Sullivan: por un lado una vida aparentemente perfecta y por el otro su adicción al sexo, que es cada vez más insaciable y hasta peligrosa.



Con un estilo completamente desprovisto de sensacionalismo (y sensiblería) Steve McQueen – sí, el cineasta es homónimo del ídolo de los 60 y 70 – aborda los elementos de su historia, quitándole capas para ver cómo se incrementa la angustia de su personaje conforme va perdiendo el control que antes tenía de sus rituales secretos (ver pornografía en Internet, visitar burdeles subrepticios, levantar chicas en bares) se desmorona, dejándolo ver tal cual es, con su sordidez y crudeza.



Fassbender se presta, sin preámbulos a interpretar a un personaje que cae en picado, que no puede aunque lo intente, conectar emocionalmente con cualquier otro personaje y lo hace con una entrega extraordinaria: posiblemente ésta sea la interpretación más valiente y dolorosa de su carrera desde Hambre (también de McQueen) y una de las más notables en la última década: al estar completamente desnudo, no tiene dónde esconderse, especialmente de sí mismo: el horror y asco que siente ante las compulsiones que lo dominan (algo que va in crescendo hasta un clímax abrumador) son equiparables a la urgencia que siente para enredarse con lo que sea.

Por su parte, Miss Mulligan hace de un papel pequeño, algo crucial, especialmente en un momento musical en que interpreta New York, New York con un desgarro emocional que pinta a su personaje de cuerpo entero como un opuesto al de Fassbender, que es incapaz de demostrar emoción, si bien tienen muchos elementos en común en el fondo.



Sin hacerle ascos a lo brutal y mostrándolo con honestidad, sin sucumbir y de hecho, rehuyendo a los compromisos gazmoños que habitualmente el público espera en un final con redención, Shame provoca en el espectador diversas reacciones, pero es incapaz de dejarlo indiferente. El pudor al que refiere el título es una emoción prevalente; sentimos vergüenza (igual que Sullivan) de la situación y esto horroriza y también identifica al espectador con el personaje. No es de ninguna manera una película simple de ver y es un filme para adultos hecho por adultos. Altamente recomendable, y una vez vista, es imposible quitarle los ojos de encima, como también es, sacársela de la cabeza., y eso es lo que la hace una gran pieza de cine contemporáneo.

Shame
Con Michael Fassbender, Carey Mulligan, Nicole Beharie y James Badge Dale
Dirige: Steve McQueen
EU/Reino Unido 2011



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La supervivencia de Liam Neeson

Es un estupendo actor irlandés forjado en la escuela británica y luego en el ámbito del cine internacional. Ahora en la cinta "The Grey" lleva su capacidad y fuerza interpretativas a nuevos límites histriónicos.

Miguel Cane


Desde que existe el cine, las películas que cuentan historias de supervivencia han tenido éxito en taquilla, especialmente entre el público que busca emociones fuertes. Algunas veces, filmes de este tipo ofrecen algo mas que efectos especiales, tal es el caso de la cinta The Grey / Un día para sobrevivir, dirigida por Joe Carnahan, mezcla de los elementos clásicos del cine de aventuras pero llevados aún más allá, para contar la estremecedora historia de los sobrevivientes de un accidente aéreo en Alaska, trabajadores de una refinería que deberán enfrentar las inclemencias del tiempo y luchar para escapar de una manada de lobos que los persiguen en el agreste campo nevado.

El protagonista del filme es Liam Neeson (Irlanda del Norte, 1952), que recientemente trabajó con Carnahan en el filme The A Team, aunque ésta es una cinta completamente distinta. Se trata de un drama intenso, que explora las fobias más humanas, el miedo a las alturas y a las caídas de aviones, el terror de ser devorado por un animal salvaje y el tener que sobrevivir a las inclemencias del clima.


Neeson, quien desde su debut en 1981 como Gawain en Excalibur ha hecho decenas de películas, incluyendo apariciones en la exitosa saga Star Wars y la oscarizada La Lista de Schindler, es un hombre de pocas palabras, muy alto (casi dos metros) y de presencia intimidante, aunque esta se disuelve cuando da la mano y comienza a hablar, con su voz tan característica. Su hablar es pausado y en algunos momentos parece melancólico. Aún está reciente la muerte de Natasha Richardson, su esposa por 15 años y madre de sus hijos, que falleció a consecuencia de un accidente de esquí en 2009. La tragedia causó estupefacción en su momento y esta es la primera vez desde entonces que Neeson hace promoción de una cinta en la que participa. Aunque no hace referencia directa a su pérdida, señala que el filme le llegó en un momento de cambio en su vida, y accedió a hacerlo por la impresión que le causó al leer el guión y percibir cómo aplicarlo a su vida en las circunstancias presentes. "De todas la películas que he hecho, unas 55 en mi carrera, esta es la primera vez que tengo que someterme a una prueba de esfuerzo", señala, "pero en cierta forma fue algo liberador para mí. Una manera de confrontar demonios personales, si quiere verse de esa manera. Algunas veces, nuestro trabajo también es catársis".


Neeson interpreta a Ottway, un hombre taciturno que trabaja como cazador para la compañía petrolera: su misión es matar a los lobos que acechan a los trabajadores. Como sobreviviente del accidente aéreo, se convierte en líder de una improvisada "manada" humana que busca regresar a la civilización, o al menos escapar de los predadores en cuyo hábitat han ido a parar. El rodaje tuvo lugar en Canadá durante lo más crudo del invierno, y realizar las escenas en exteriores resultó un reto para actores y equipo.

"Las bajas temperaturas fueron algo que tuvimos que sobrellevar. Filmábamos sintiendo el viento congelante en la cara. Yo recuerdo uno de los momentos en que vivimos en carne propia ese sentimiento de la supervivencia, fue en la escena del avión, cuando estábamos tratando de calentar nuestros cuerpos. Nos sentíamos como pingüinos... pero también fue algo estimulante, ¿sabes? Lo que me encantó de filmar así fue que fuimos más que actores, como un equipo de exploradores en medio de una espesura de nieve, en condiciones casi paupérrimas, y esto nos hacía reaccionar de forma natural a los elementos que nos rodeaban".

MC: ¿Tuvieron miedo, en algún momento, ante los lobos?
LN: Son animales muy imponentes, es cierto. Estaban entrenados y todo el tiempo sus entrenadores estuvieron cerca para evitar cualquier incidente, pero eso no evita que uno se sienta impresionado por su presencia. Son animales majestuosos, es natural que provoquen miedo, especialmente al tenerlos tan cerca. Joe (Carnahan, el director) siempre estaba presente, pero sí, en algunos momentos las reacciones son genuinas. Tener a una fiera de esas dimensiones a un palmo de distancia es suficiente para que se te meta el miedo en el cuerpo. Todo forma parte del oficio, supongo.

MC: Mencionaba usted que a veces el trabajo actoral también implica catársis.
LN: Sí, en cierta forma. Muchas veces elegimos a los personajes que vamos a intepretar porque no tienen absolutamente nada qué ver con quienes somos nosotros en la vida real, son una interpretación. En este caso, Ottway me resultó atractivo por eso: porque es un hombre solitario, taciturno, sin deseo de seguir viviendo. Al principio de la película, lo vemos cómo piensa incluso en morir. En matarse. Es un hombre que ha llegado hasta donde está, en ese lugar recóndito del mundo, básicamente porque no tiene deseos de seguir viviendo entre los hombres. Él ha pasado por una pérdida (Liam comparte con el personaje la presencia tácita de la esposa muerta). Una terrible pérdida. Y es por eso que ahora es un francotirador entre la nieve. Sin embargo, la situación límite en la que él y sus compañeros se encuentran lo hace replantearse ese mismo deseo de morir. Es catártico para Ottway y también para mí, porque lo estoy interpretando. Cuando Joe me habló de este proyecto, mientras hacíamos la otra película, pensé si querría hacerlo y luego dije: "¿Por qué no?". Muchas veces actuar es también ponernos a nosotros mismos a prueba, encontrar de qué estamos hechos ante ciertas situaciones. Es algo muy complicado. Tiene qué ver con nuestras emociones. No es fácil hacer esto.

MC: ¿Cuál cree que sea la reacción del público ante The Grey? No es un típico filme de aventuras.
LN:
No, no lo es. Creo que eso lo hace difícil de 'vender'. Por eso accedí a promoverlo, hablar sobre él. Creo que es muy revelador sobre la experiencia humana. Y creo que a los espectadores les va a aportar algo más que las emociones fuertes que se esperan del género. Hay temas más profundos aquí; la supervivencia y la relación del hombre con su entorno. Si al verla alguien siente que encuentra algo más que una película de acción, entonces creo que habremos logrado nuestro cometido".


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