5 ago 2012

Cincuenta años de la muerte de Marilyn Monroe

Claudi Etcheverry.



Norma Jean Baker nació en la ciudad de Los Ángeles en 1926 inscrita oficialmente como Norma Jean Mortensen para que no fuera ilegítima, hija de Gladys Pearl Baker, aunque el supuesto padre abandonó a la madre antes del parto. No está claro si el padre fue Stanley Gifford –otro empleado de la empresa de cine en que trabajaba Gladys como montadora de películas– o bien Edward Mortensen, un noruego emigrado a los Estados Unidos. A las seis semanas de vida del bebé, Gladys fue diagnosticada de esquizofrenia paranoide, y estuvo recluida en institutos psiquiátricos hasta que tras siete años, volvió a hacerse cargo de la niña. Pero sus constantes recaídas obligaron a que volviera a dejarla, y ya nunca más pudo ejercer como madre de Norma Jean hasta su muerte, en 1984.



Norma Jean fue dada en adopción a la mejor amiga de su madre, Grace McKee, quien al casarse se trasladó a la costa oeste y tuvo que dejar provisionalmente en tutela a la niña. Tras su solicitud, la Sra.McKee consiguió recuperarla aunque eso duró poco pues su esposo la violó a los ocho años. Así, Norma Jean pasó a vivir con Olive Brunnings, otra amiga de su madre; uno de sus hijos la forzó cuando Norma Jean tenía doce años. Pasó a vivir con los Bolender, una nueva familia de acogida próxima a la casa de su abuela materna, quienes al mudarse lejos por una oferta de trabajo decidieron no llevarla, por lo cual Norma Jean decidió casarse con el hijo de una vecina para evitar regresar a alguna otra institución de menores. Su esposo era el joven James Dougherty, de 21 años, aspirante a policía; por entonces Norma Jean tenía 16. James se alistó en la Marina y fue enviado a Australia. Norma Jean fue a vivir con su suegra y empezó a trabajar en una fábrica de munición, donde la fotografiaron como una de las empleadas de la planta para la campaña de colaboración civil en la industria de la guerra. Allí comenzó su vínculo con la imagen, primero como modelo para calendarios de una agencia menor, la Blue Book, y luego con un primer contrato para cintas de bajo presupuesto en la 20th Century Fox.


Marilyn lee Ulises, de James Joyce.

Toda la vida de Marilyn Monroe fue una continua paradoja tratando de ser una persona normal atrapada en un cuerpo anormalmente atractivo. Dougherty no estaba de acuerdo con que su mujer se mostrara en fotografías, y por otro lado, la Century le ofrecía su primer contrato a condición de que estuviera soltera: llegó el primer divorcio. Años después, se casó con el beisbolista Joe Di Maggio, en quien buscó la vida familiar que Di Maggio no podía ofrecerle por el modelo de mujer que tenía como ideal, incompatible con Marilyn y su creciente vida artística: otro divorcio. Más tarde, se unió a Arthur Miller, un escritor a quien ella sentía que no le bastaba y para quien el cuerpo de ella no era estímulo suficiente contra la apatía de un escritor que se refugiaba en otros fantasmas: otro divorcio más...



Quienes lograron sortear el impacto visual de esta hermosa mujer consiguieron ver a una persona sumamente frágil e inestable, extraordinariamente insegura de sí misma. La psicología barata llama neurótico a toda persona demasiado sensible, a quien ama demasiado, o a quien se busca permanentemente. Marilyn recordó en sus sesiones de análisis con el Dr. Greenson que de pequeña iba al Paseo de la Fama de Los Ángeles y colocaba sus pies y sus manos en las losas del pavimento en las que grandes artistas habían dejado sus huellas para la posteridad. Quizá en ese entonces forjó un deseo por ser parte de un mundo cuyos peligros ella misma no acabó de calibrar, y se sumió cada vez más en otra paradoja de un pozo de destrucción a causa del sitial que deseaba en medio de ese mundo con garras. En la rubia tonta muy pocos consiguieron ver a una persona extraordinariamente emotiva que murió aturdida y devastada buscándose a sí misma. Su inseguridad la empujó a cultivarse leyendo clásicos y contemporáneos, y entró al Actors’ Studio del judío ucraniano Israel Lee Strasberg Strassberg. Él, potente observador del alma humana, decía de ella que la Monroe era a la vez vasta e insondable. Strasberg se había formado en la línea de exploración personal del ruso Konstantin Serguéievich Alekséyev, quien más tarde adoptó como pseudónimo el apellido de un actor polaco a punto de retirarse, Stanislavsky, para poder realizar sus experimentos teatrales con más libertad. El método Stanislavsky profundizado por Strasberg fomentaba en los alumnos que explorasen los distintos aspectos de su personalidad no para actuar, sino para vivir las emociones de sus personajes como propias.



Strasberg y su esposa Paula afirmaron ver en Marilyn una enorme sensibilidad y un deseo de trascender sus propios personajes con una infancia trágica como fondo, y estuvieron convencidos del don que tenía para ayudarle a sacarlo con la formación actoral. La fuerza expresiva de Marilyn se ganó el respeto y la admiración de muchos de sus colegas de curso. Aunque aterrorizada ante la audiencia, ganó su plaza en la escuela tras hacer una breve interpretación de la obra de Eugene O’Neill Anna Christie, cuya profundidad dejó pasmados a todos. Años más tarde, Strasberg afirmó que los dos actores que más le habían penetrado en la exposición de la intimidad de cada uno habían sido Marlon Brando y Marilyn Monroe. Entre sus alumnos estuvieron Paul Newman, Jane Fonda, Montgomery Clift, James Dean, Maureen Stapleton, Eli Wallach, Robert De Niro, Steve McQueen, o Al Pacino, de modo que la escala de comparación es muy notable. Convencido de su método, Strasberg instó a Marilyn a que explorara su inconsciente y se sometiera a psicoanálisis, convencido de que aflorarían rasgos enriquecedores para su formación. Lo que no supo era a qué arcón de padecimientos y desgracias la abismaba. Ella aceptó con el deseo de dejar de ser un fenómeno para poder ser ella misma. ("For the first time, I felt accepted not as a freak but as myself"). Se adentraba así en otra paradoja más, buscando ayuda en un método de análisis que se demostraría incapaz de resolver su pasado.



Marilyn Monroe murió cuando yo tendría unos seis o siete años. Creo que me enamoré de ella durante mi adolescencia, y he visto sus películas una y otra vez, aunque lo que más me detiene son sus fotografías. Hay una película que me crispa, con una escena que me llena de angustia en la que Marilyn se desespera para evitar que no maten un caballo. Dirigida por John Houston y con guión de Arthur Miller, la escena en que ella se desgañita contra Clark Gable, Monty Clift y Eli Wallach acaba con sus gritos desgarrados pronunciando unas palabras que parecen dirigidas a todos los hombres mientras cae sola, desplomada de rodillas, en medio del desierto. Eli Wallach afirma: “Está loca. Lo reconozco cuando lo veo: ¡está loca!”. Nadie la abraza mientras ella grita: “¡Asesinos! ¡Criminales! ¡Mentirosos...! ¡Todos sois unos embusteros!”. La escena acaba con el potrillo que trata de calmar a su madre tumbada en el suelo en una metáfora en la que los locos, queda claro que somos los seres humanos.



Marilyn Monroe fue un simulacro de ella misma. La mujer más deseada de América no quería serlo, pero se presentaba frente a 20 mil soldados en los campamentos de guerra, expuesta como una diosa en medio de hordas de hombres ciegos sedientos de deseo. Tampoco quería cantar a Kennedy en su cumpleaños, y mientras se enamora de él, el hermano de éste, Robert, queda prendado de ella y ambos asumen compartirla. El propio Hoover, director del FBI y en pleno macartismo hace que la vigilen por relacionarse con rojos como los Kennedy...



Clark Gable, en su papel en The misfits le pregunta: "¿Puede un hombre sonreír cuando contempla a la mujer más triste del mundo?". Ella es Roslyn Taber, Marilyn Monroe en su último papel. "Pues todo el mundo piensa que soy muy alegre", responde ella. "Eso es porque cualquier hombre se siente feliz al mirarte". Como en otra metáfora e igual que con las estrellas del firmamento, las hay que siguen dando su luz aunque se hayan apagado hace millones de años. La vida de Marilyn Monroe fue como una partida de ajedrez, en la que ella al fin, tiró el rey. Esta vez, con la ternura y admiración que sigue despertando y no se apagan, hasta la muerte ha perdido la partida.

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© 2012 Claudi Etcheverry, Sant Cugat del Vallès, Catalunya, Espanya-España.


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