4 jul 2009

Juego de Lágrimas / The Crying Game, de Neil Jordan

Miguel Cane

crying_gamebest-1.jpg poster image by maluav


Al hablar de esta cinta, hay que dejar muy claro que más allá de la controversia que causó en su día – y que aún hoy suscita en algunas esferas- esta es una historia estupenda, que trasciende los elementos de violencia, miedo y sorpresa que la componen para tratar temas más universales y emotivos, presentes bajo la superficie.

Escrita a fines de los años 80, aunque filmada hasta 1991, en una época en que Neil Jordan pasaba apuros económicos (las dos cintas que realizó después de En compañía de lobos y la exitosa Mona Lisa, misma que lo “puso en el mapa” en 1986, fueron estrepitosos fracasos de taquilla y crítica), Juego de Lágrimas se titulaba originalmente La Esposa del Soldado y era una trama mucho más convencional, aún pese a sus peculiaridades.


La idea del director era realizar una cinta de bajo presupuesto que redituara ganancias rápidas para pagar deudas y mantener su compañía productora a flote. Originalmente pensó en llevar a Stephen Rea (su actor de cabecera desde 1980, mas nunca su pareja sentimental como algunos afirman irresponsable y estúpidamente. ¿No será que también Scorsese y DeNiro son amantes? Con eso de que trabajan tanto juntos… ¡y ni qué decir de Spielberg y Tom Hanks!) y Cathy Tyson, la hermosa actriz negra que fue la protagonista de su éxito anterior, en los roles principales como un ex terrorista fugitivo del ERI y la viuda de una de sus víctimas, que se involucran en una relación sentimental involuntariamente, con las autoridades y los rebeldes pisándoles los talones al mismo tiempo: en suma, una historia de acción y suspense, con toques eróticos y fuerte carga política, lo que la hacía material muy comprometido.

Durante el largo proceso de pre-producción, Jordan se encontró con que era bastante difícil encontrar vías de financiamiento para la trama que se le había ocurrido debido a que algunos estudios la consideraban pasada de moda y otros, demasiado polémica. Fue entonces que se le ocurrió añadir el elemento clave que hoy es de todos conocido, lo cuál brindó una complejidad inesperada al argumento y también atrajo apoyo financiero que le permitió mayor libertad para explorar algo que, él mismo admite, en primera instancia jamás había cruzado por su mente antes.

Tomando su título de una popular canción pop de 1964 interpretada en Reino Unido por Dave Berry y en Estados Unidos por Brenda Lee [esto porque presuntamente Stanley Kubrick aconsejó a Jordan para que le cambiara el nombre, dado que, según él, al público no suelen resultarle atractivos filmes con títulos de connotación religiosa o militar], que figura de manera prominente en la anécdota, la cinta abre en el momento en que Fergus (Rea) y Jude (una espléndida Miranda Richardson, cuya tersa hostilidad es inquietante), miembros del Ejército Republicano Irlandés (IRA en inglés), capturan a Jody (Forest Whitaker), un soldado británico, en una feria de pueblo al norte de Irlanda.

Su misión es mantenerlo en cautiverio hasta que unos presos políticos sean liberados a cambio de él. Fergus es asignado a vigilar al prisionero y sin que se lo propongan, surge entre ambos una endeble camaradería, una simpatía común que los hace verse como seres humanos aún pese a lo extremo de la situación. Esto nos sirve para conocer de cerca al personaje de Fergus, en torno a quién, realmente, gira la trama.

Tal y como lo interpreta Rea, éste es un hombre cuya naturaleza es noble y bondadosa, pese a la violencia de sus actos o lo errado de sus decisiones. Su lealtad a un fin es lo que lo ha llevado a cometer el secuestro y sin embargo, no puede evitar establecer un rapport de empatía con Jody. Los momentos entre ambos están salpicados de humor y patetismo, incluso de angustia, conforme se va haciendo claro que no habrá negociaciones y que Jody tendrá que ser ejecutado. Es durante una de sus largas conversaciones, que surge uno de los temas patentes de la cinta, en forma de una anécdota acuñada por la filosofía popular (mas no por ello menos profunda): la fábula de la rana y el escorpión.

“Un escorpión quería cruzar el río y pidió a una rana que le ayudara a hacerlo, llevándolo en sus lomos. La rana se rehusó diciendo que la picaría con su aguijón y ambos morirían. ‘Lo harás porque es tu naturaleza’. El escorpión prometió no hacerlo y la rana aceptó llevarlo. A mitad del trayecto, el escorpión picó a la rana y ésta le dijo ‘¿por qué lo has hecho? ¡ahora moriremos!’ y el escorpión repuso que no pudo evitarlo: era su naturaleza”

Este ejemplo ilustra al personaje del terrorista: su naturaleza le impide ser cruel con su cautivo y éste le hace prometerle que, suceda lo que suceda, irá a buscar a su novia en Londres para asegurarse que está bien. Fergus está reacio a prometer nada, pero un abrupto cambio de planes hace que termine como prófugo, tanto de los ingleses como de sus correligionarios, por lo que escapa a la capital británica, donde se inventa una nueva identidad como albañil y finalmente hace lo que Jody le pidió, sin imaginarse las consecuencias.

La presentación que hace Jordan de Dil (Jaye Davidson), la novia de Jody, es uno de los trabajos de caracterización en la narrativa más brillantes en memoria reciente. Cuando la vemos por primera vez, como estilista en una peluquería en un barrio clasemediero de Londres, se deja ver como una joven de origen ciertamente exótico: es una mulata atractiva, que con más ingenio que recursos, establece una mística chic en su atuendo y porte. Es elegante a su manera y “escandalosa, más nunca vulgar”, amén de que posee un fino sentido del humor – y, como se verá más tarde, de la ironía.


Fergus – que utiliza el alias “Jimmy” para su nueva existencia- no puede evitar sentirse prendado por ella, siguiéndola a un bar donde es asidua y donde incluso, en una ocasión, canta el tema titular, para beneplácito de la clientela y del barman, Col (el ganador del Oscar Jim Broadbent), una especie de tótem benévolo que ve con buenos ojos la presencia de “Jimmy” como una buena influencia para Dil, a quien el hombre misterioso que la sigue no le es indiferente y pronto se va estableciendo entre ellos una suerte de cortejo, que tomará derroteros inesperados.

En un arrebato de soberbia estúpida, el hoy extinto crítico de cine Gene Siskel (que hacía mancuerna con Roger Ebert – y no por ello nadie anduvo alegando por ahí, ineptamente, que fueran pareja, ¿verdad?) hizo algo imperdonable en el otoño de 1992, cuando la película se estrenó en los Estados Unidos: reveló su secreto. Hacer esto – igual que ponerse a enunciar todas las escenas y todos los diálogos de una película hasta llegar al final- es algo vergonzoso.
El propio Ebert – que ocasionalmente también peca de intransigencia, aún si su juicio no es de ninguna manera perfecto las más de las veces y él mismo lo admite- censuró esta actitud de su socio. En ese momento, era crucial que el público no supiera qué sucede a la mitad de la película y que cambia drásticamente el tono de la narrativa e inclusive el uso del lenguaje cinematográfico para contar lo que sigue, sin que la película decaiga en ningún momento.


Siskel y Ebert

Hoy, pasados tantos años y debido al hecho de que tanta gente la vio y muchos, aunque jamás la vieron, saben de lo que trata, ya no es tan abominable el explicar que Fergus, cada vez más atraido por Dil –criatura complicada, vulnerable pero a la vez poseedora de una fuerza innata, que es capaz de reinventarse a sí misma cuántas veces sea necesario para poder seguir viviendo-, debe confrontar todos sus criterios y principios cuando descubre en el momento menos oportuno que se trata de un transexual preoperatorio con su genitalia masculina aún presente.
[Ojo, esto es muy importante. Dil no es una drag queen, ni un homosexual travesti – personaje que explorará Jordan más tarde en Desayuno en Plutón-, ni un “maraca”. Para todos usos y razones, Dil es una mujer que accidentalmente nació como hombre, pero que se ha convertido en un ser evidentemente femenino, más que afeminado, cosa que definitivamente no es y en eso se basa el éxito de su interpretación y de sus efectos.


La reacción básica inmediata de Fergus es de shock y repudio, ¿cómo evitarlo si es precisamente lo que su crianza católica irlandesa le ha inculcado a piedra y sangre? Sin embargo, Fergus se ha enamorado de Dil, quizá desde que la vio en la fotografía que Jody cargaba en su billetera. No puede evitarlo, aún si lo intenta. Y más allá de la culpabilidad que pueda sentir por el pasado, Fergus acepta que el corazón tiene sus propios motivos y que no entiende razones y muchas veces traiciona nuestros propios deseos –¿cuántos hombres no hay en el mundo que aseguran categóricamente que “su tipo de mujer” es una rubia tipo nórdico de 1.80 y generosos atributos, pero acaban compartiendo sus existencias con mujeres que absolutamente nada tienen qué ver con esos prototipos, siendo algunas veces chaparras, obesas o patizambas, e incluso, por muy portentosas que se presuman intelectualmente, nada pueden hacer para no ser físicamente feas, por no decir atroces? Sin embargo, están con ellas y ostensiblemente, por razones particulares, aseguran amarlas; lo dicho, el amor no sabe de cultura, erudición o categoría, ni de medidas, kilos o color de cabello; el corazón quiere lo que el corazón quiere y punto.

Revelar más de lo que sucede – especialmente cuando Jude reaparece en escena- sería pedestre y de mal gusto; baste decir que aún después de la impactante sorpresa principal, hay otras más que Jordan supo bordar muy bien en su trama y que aquí no se estropearán.

El punto interesante a analizar es precisamente el que Jordan plantea: la relación entre Fergus y Dil es profundamente simbólica en muchos niveles: The Crying Game es lo mismo una enternecedora historia de amor (del mismo modo en que lo son cintas tan disímbolas como, por ejemplo, Rebecca, Midnight Cowboy o Perdidos en Tokio: ninguna tiene algo en común con la otra y sin embargo todas abordan el tema del amor y sus despropósitos a su manera, con muchísimas interpretaciones posibles), que un thriller, un melodrama, una comedia romántica (los elementos y el humor – aunque ligeramente más seco de lo que se espera en tales casos- están ahí, presentes incluso en el epílogo), una alegoría política y también un estudio psicológico muy interesante de la pareja principal.


Cinta de múltiples lecturas en cada vista, su éxito inesperado logró salvar a Jordan del fracaso y le ganó un Oscar por mejor guión, así como le dio una nueva oportunidad de hacer más cine – y de paso crear lo que es su obra maestra: The End of The Affair (1999). Sin embargo, en su canon, ésta mantiene un sitio muy especial, aún si ha resultado en que muchas veces sea señalado – principalmente por ignorantes y prejuiciosos- como un cineasta gay, desde entonces.

Más allá de sus preferencias sexuales que únicamente le atañen a él [aunque aquí entre nos, el señor es casado dos veces y tiene cinco hijos] Jordan es un artista creativo de enorme sensibilidad que ha explorado las distintas facetas de múltiples personajes en su trabajo fílmico: la pareja dispareja de Fergus y Dil en Juego de Lágrimas; un ama de casa atormentada por sus alucinaciones premonitorias (Annette Bening) en la poco valorada In Dreams, un niño esquizofrénico que sólo desea ser amado – aunque sea de una manera voraz- en The Butcher Boy, la familia vampírica y sexualmente ambigua de Entrevista con el Vampiro (uno de sus esfuerzos menos logrados), el joven travesti (Cillian Murphy), mezcla de Alicia y Dorotea que busca la dicha en el Londres de los 70 en Desayuno en Plutón, las arrebatadoras escenas de la descomposición de un amasiato entre Julianne Moore y Ralph Fiennes, según Graham Greene en The End of The Affair o el chofer exconvicto (Bob Hoskins) que adora a una prosti de lujo en Mona Lisa.

Su trabajo es extenso, pleno de emociones humanas y de una inteligencia poco habitual en el mundo del cine. Con su trabajo en Juego de Lágrimas, logró establecer una cinta que trata con dignidad a sus personajes y pese a su sensacionalismo (que lo tiene, naturalmente) no los explota ni exhibe como fenómenos de feria, convirtiéndose en un clásico de la cinematografía contemporánea, que se yergue muy por encima de las especulaciones y habladurías de quienes nunca la entendieron, sentando un ejemplo de narración mediante imágenes y de impecable lenguaje cinematográfico y emociones verdaderas captadas en celuloide, para generaciones futuras de cinéfilos y cineastas, que harán bien en estudiar esta modesta y fascinante joya, que superó toda adversidad – como sus protagonistas- para finalmente y por muchos en el mundo, ser apreciada y, ciertamente, muy amada.

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